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Alumnos Instituto Obrero Valencia

Publicado en Periodismo Humano

Alumnos Instituto Obrero Valencia

Emilio, Agustín y María Luisa conversan de la actual crisis, del 15M, de la necesidad de defender los derechos conseguidos a lo largo de los años. Los tres sobrepasan los 80. Los tres hacen suyos los versos de Pablo Neruda "Yo recuerdo" en “El ovillo de la memoria”  (“ yo estuve allí/ yo estuve  y padecí y mantengo el testimonio/ aunque no haya nadie que recuerde/ yo soy el que recuerda”). Los tres compartieron la experiencia educativa en el Instituto Obrero (en adelante I.O.). Experiencia que sigue marcando su posición ante la vida.

Era una necesidad brutal la que teníamos de querer saber, porque siempre habíamos sido los borregos. Era una oportunidad de aprender. Era algo serio, otra cosa distinta a lo de ahora. La oportunidad de ilustrarnos, igual que ellos”, cuenta Agustín Quiles (1921). Agustín supo del Instituto Obrero por su padre que era secretario del sindicato de la piel de CNT. Se preparó en el Internado Durruti y aprobó la oposición en la tercera convocatoria. Para él, como para la mayoría, esa etapa fue de las más felices de su vida.

A Maria Luisa Pérez (1924) la inscribió su padre, simpatizante también de la CNT, para las pruebas de acceso al Instituto Obrero. Fue la más joven de los alumnos dado que aún no había cumplido los 15 años. “Pero como soy de Madrid mi padre habló con el señor Núñez de Arenas y le explicó que nuestra barriada estaba medio destruida y no se podían sacar partidas de nacimiento, así que seguí con aquellos hermosos estudios que tuvimos la dicha de recibir”. M. Luisa fue una de las 13 primeras chicas seleccionadas. “Sentíamos que otro mundo era posible, que éramos dueñas y protagonistas de nuestras vidas, vidas que vivíamos en primera persona”.

Como María, también Emilio Monzón (1920) fue alumno de la primera convocatoria del Instituto Obrero. A él, con 16 años, lo presentaron las Juventudes Socialistas, a las que pertenecía desde que era casi un niño. “¿Qué es lo que aprendí, que me fue tan útil en la vida? Muchísimas cosas. Excelentes profesores me enseñaron a ser ordenado, a estudiar, a razonar, a buscar en los libros la experiencia de otras personas, a tratar de aprender lo que no sé y a enseñar a los demás lo que sé, y a no limitar mis conocimientos a una sola disciplina”, reflexiona EmIio.


Nacimiento del Instituto Obrero y su método de enseñanza

El I.O. nace de una nueva concepción de la educación. Ubicado en edificios históricos, con medios pedagógicos notabilísimos, una imagen simbólica de lo que querían hacer con la educación: los mejores edificios para que estuvieran en manos del pueblo. En 1936, lo que interesa es una educación popular, del pueblo y para el pueblo. Cultura y educación popular estaban llamadas a convertir al pueblo en protagonista; la cultura es un elemento de concienciación pública.”, relata Juan Manuel Fernández Soria, Catedrático de la Universitat de València.

El gobierno de la República quería instruir a los obreros, conseguir una élite obrera formada. Fue el 21 de noviembre de 1936 cuando Manuel Azaña rubricó en Barcelona el Decreto de creación de los Institutos para Obreros de Segunda Enseñanza, aplicándose en primer lugar en la ciudad de Valencia. “Es preocupación del Gobierno de la República, en consonancia con las nuevas orientaciones de la enseñanza, el recoger y encauzar la mejores inteligencias del pueblo”, rezaba el Decreto.

La primera convocatoria, para 150 personas (139 pasaron las pruebas) iba dirigida a jóvenes de ambos sexos mayores de 15 años  que no habían podido acceder a una educación secundaria por falta de recursos económicos. Las clases en el I.O de Valencia, ubicado en el antiguo Colegio de los Jesuitas, en la actual avenida Fernando el Católico, comenzaron el 1 de Febrero de 1937.

El Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Jesús Hernández Tomás declaró en la inauguración realizada en el Salón de Actos: “Ved pues, con cuanta alegría se me presenta la oportunidad de servir a los que están en la fábrica, en el taller, en la mina y en el campo, con qué afán, con qué cariño, con qué gozo y con qué fe, no he de bajar a bucear allí, para extraer de entre aquellas mentalidades las que pueden constituir la savia de una España nueva (…) esta necesidad tan sentida por nosotros de los Institutos para Obreros”.

Para acceder al Instituto se realizaron unas pruebas de aptitud. El aval de alguno de los sindicatos, Unión General de Trabajadores (UGT), Confederación Nacional del Trabajo (CNT), Mujeres Antifascistas, o por las organizaciones juveniles antifascistas, era determinante para la aceptación de la solicitud. “Los alumnos accedían desde ocupaciones muy diferentes (cerrajero, tallista, verdulero, ferroviario, vigilantes nocturnos….) en consonancia con su ascendencia familiar. Cuando se sometieron a las pruebas de acceso llevaban una instrucción acorde con su procedencia social, con una formación política adecuada a ese perfil obrero (pertenecen a sindicatos, organizaciones juveniles…que les ayudaron para las pruebas de ingreso y capacitación política). Eligieron temas de libre elección tan llamativos para jóvenes de su edad como “la cultura pide pueblo y el pueblo pide cultura”, explica Fernández Soria.

Los estudiantes recibían un montante económico equivalente al que ganaban con su trabajo antes de entrar al Instituto. Unas sumas que, según el listado de la Gaceta de la República, variaban desde 30 hasta 300 pesetas en los alumnos y entre 30 y 150 pesetas en las alumnas.

Los alumnos recuerdan con cariño y devoción a sus maestros. Destacan el sentido de hogar, de cooperación en el aprendizaje, el uso de las dependencias comunes… Todo contribuía a proporcionar un sentimiento de identidad y pertenencia al I.O. Muchos de los profesores vivían en el Instituto Obrero con los alumnos internos, algunos incluso vivían con sus familias. “Para los alumnos eran camaradas, amigos, padres, hermanos. Nos hablaban de forma suave, amable, tranquila… Destacan su bonomía”, comenta J.M. Fernández Soria.

Agustín Quiles Manta, alumno del centro, cuenta como una vez que no conseguía resolver por si mismo un tema de geografía se dirigió a la habitación del profesor de la asignatura quien amablemente salió para atenderle. Juntos se fueron a una clase y en su enorme pizarra estudiaron el problema. El profesor iba en pijama, eran más de las dos de la mañana.

En algunas ocasiones Don Antonio Machado visitó el centro. En una de ellas cuando iba paseando por los pasillos del Instituto, una de las alumnas haciendo alarde de su juventud y dinamismo bajaba rápidamente por las escaleras con sus apuntes en la mano. Tropezó con el poeta y se le cayeron los cuadernos. Don Antonio la recriminó cariñosamente diciéndole que cómo permitía que la cultura se desplomase por los suelos y amablemente la ayudo a recoger su “cultura”. Esta alumna era mi tía, Ofelia Moscardó”, explica Cristina Escrivà, escritora de diversos libros sobre el Instituto Obrero.

El nivel del plantel del profesorado (Enrique Rioja Lo-Bianco, Rafael de Penagos, Francisco Carreño Prieto, Samuel Gili Gaya…) junto con las visitas de los intelectuales de la época (Antonio Machado, Jacinto Benavente, León Felipe, Ángel Gaos, Josep Renau, Ángeles Sempere, Manolita Ballester, Teresa Andrés, Justa Freire…) evidencian la importancia que se otorgaba a la formación de los alumnos.

Todo con una metodología activa que suprimía la ausencia de manuales escolares. “Había una especie de brigadas estajanovistas: los alumnos se dividían el contenido de las clases y luego compartían los apuntes. Ellos recuerdan la insistencia de los profesores para que leyeran los clásicos o cómo usaban un texto de Azorín sobre los rumores para explicar el sustantivo (combatir el bulo de la retaguardia).Los materiales de clase reflejan la difícil tarea de mantener la neutralidad”, explica Fernández Soria.
En el I.O., el profesor explicaba y al mismo tiempo iba preguntando y anotaba nuestras respuestas. Nos examinaban todos los días. Y no teníamos casi libros, tomábamos notas”, rememora Emilio Monzón.

“Es de destacar que las asignaturas se corresponden a las que llamaríamos troncales, exceptuando Lengua, sustituyéndola por Redacción, además de Lectura individual y Lectura comentada, para fomentar la destreza lectora y la oralidad”, explica Cristina Escrivà. Y prosigue: “Lo que el futuro prometía a los estudiantes, si se ganaba la guerra, era motor motivador de ilusiones. Sabían lo que querían, reconstruir el país. Entendían la misión, que ellos también se imponían y que estaban en el camino de conseguir. El Bachiller en cuatro semestres y el paso directo a la Universidad. El atractivo papel, asumido por los alumnos y alumnas, era el de trabajadores intelectuales, con ideales libres para ayudar a construir el mundo del futuro, desterrando la amenaza de la opresión que suponía el fascismo. Les recalcaban la importancia de su formación: ‘Pensad que vosotros estáis aquí mientras otros están luchando por vosotros para vencer al fascismo. Después vosotros tendréis que reconstruir los daños causados en la lucha, forjando una nueva estructura social’, les recalcaban.”

Por las aulas del instituto valenciano pasaron aproximadamente 364 estudiantes. La experiencia educativa del modelo valenciano tuvo su réplica en otras ciudades: Sabadell, Barcelona y Madrid.

Represión franquista y olvido de la élite obrera

Pero no todo son buenos recuerdos. “En el Instituto Obrero hubo quintacolumnismo. Hay archivos que demuestran que un alumno informó sobre la actuación política y social de 80 “elementos” (como llamaba él a los alumnos) del I.O. Cuando acaba la guerra, los alumnos intuyen el peligro. El 28 de marzo, un día antes de que entraran las tropas de Franco a Valencia, una alumna quema en la cocina todo lo que pudiera comprometer a sus compañeros, solo se queda con fotos de carnet. Hubo alumnos juzgados y condenados, batallones disciplinarios, algunos sufrieron el exterminio nazi de Matthausen, otros fueron parte de la resistencia francesa, otros muchos se exiliaron…”, relata Juan Manuel Fernández Soria.

“Cuando hablamos del fin del Instituto Obrero y esos días volvían a su mente la desolación y la tristeza se reflejaba en el rostro de los alumnos. Estos jóvenes estudiantes pasaron del cielo al infierno y solo el tiempo les ha podido suavizar las frustraciones y vejaciones sufridas. Ellos eran conscientes de que el futuro de España se les iba de las manos y la sensación de fracaso en el intento de hacer avanzar al país para lo que estaban siendo educados había sido matada como muchos de los compañeros que no habían vuelto a sus hogares por el destino fatal que les arrebató la vida. La primavera de 1939 supuso el fin de unos ideales democráticos, solidarios y educacionales de un futuro mejor, y se pasó a la represión que, por de sobre conocida, no hace falta mencionar”, ha afirmado Cristina Escrivà.

Cuando finalizó la guerra Emilio estuvo en el campo de internamiento Argelès sur Mer, de donde se escapó en varias ocasiones. Ayudó a la Resistencia Francesa y acabada la Segunda Guerra Mundial se exilió, estableciéndose en Argentina hasta 1977. 29 años después, regresó a Valencia. “Por el mundo hay cientos de miles de españoles que se fueron para la guerra y que nunca pudieron volver. Hemos de capacitarnos nosotros mismos. Ha sido un pueblo ignorante pero ahora podemos hablar, difundir las ideas y contar las cosas que nos han pasado”, ha escrito Emilio a Francisco A.González Redondo, Catedrático de la Universidad de Valéncia que ha intercambiado cartas con los tres alumnos para dar vida a un “Diario de diálogos”.

El miedo les hizo cortar relaciones con otros escolares después de la guerra. Con el paso de los años, el miedo se litiga e intentan encontrarse. “Se acabó la guerra, se cerraron los institutos y cada uno de nosotros seguimos nuestros caminos como pudimos. Yo empecé a coser. Aprendí corte y confección y encaminaría mi vida a la costura y me hice chalequera. Muy difícil ha sido nuestra vida para que nuestros hijos hayan podido estudiar”, comenta Luisa.

Para Glòria Marcos, presidenta de la Fundació Institut d´Estudis Polítics, “la doble condena al silencio de la Transición hizo que hubieran estas voces olvidadas de la gente que vivió la experiencia del Instituto Obrero. Memoria histórica es recuperar el pasado para no perder los derechos que algunos consiguieron, como el derecho a educar. Hace falta defender la coeducación, el derecho de las mujeres y educar a la ciudadanía crítica como era el proyecto del Instituto Obrero”.

Una experiencia educativa que en opinión de Tonexto Pardiñas, presidente de la Societat Coral el Micalet, “aún hoy es modélica, más si cabe ahora que vuelve a atacarnos el capitalismo más salvaje y que hay una mimbra de derechos. La gente estudiaba para aprender, para devolver el esfuerzo a la sociedad y que otros también pudieran estudiar. Constancia, fidelidad a unos ideales, a la República”.

La juventud actual no es lo boyante y decidida que lo era la nuestra, la libertad que bullía en nuestros corazones. He sido durante muchos años una enamorada de Don Quijote pero ya no se lee ni como libro de texto. No es que no se tome como ideal su locura, es que ni se lee Don Quijote. Ya no soy una joven indignada si no una vieja decepcionada con la vida”, argumenta M.Luisa, quien ha escrito varios “libritos, no me atrevo a llamarlos libros”.

También Emilio ha escrito, “Exilio”, una especie de autobiografía. Él ahora traduce del francés una obra de Henir Barbús, El infierno: “es un ejercicio para la memoria, y para  lo que no me acuerdo me obliga a utilizar un diccionario. Mi mensaje para los jóvenes es que se dediquen al estudio y a la cultura hasta el último momento de nuestra vida.  Para acabar con esta crisis yo propongo varios puntos: el pueblo unido ha de exigir a los políticos trabajo, que no haya dinastías ni privilegios, que la riqueza tenga un límite, que se disuelvan los ejércitos, más dinero a la ciencia, control de la natalidad… ¿Cómo he llegado a esa conclusión? Pensando un poco, es lo que he hecho toda mi vida”.

Ojala interviniéramos en la vida social, que la rigen los políticos de turno, porque así les podríamos decir embusteros, caciques y mal políticos de baja estrofa. Daré siempre gracias a la República porque echó una mano a los hijos de los obreros para tener opción, como tenían los ricos, a saber estar a la altura y hablar de tú a tú a la casta capitalista, católica franquista fascista nazi. En España son muchos años de permanencia de una dictadura y se puede asegurar que instituciones de enseñanza han sido capaces de transformar las mentes desde la infancia hasta hacerlas crédulas de la infamia en contra de las creencias laicas democráticas y libres. Es una pena que hombres intelectuales no se movilicen. Ya sabemos que quedamos pocos de 90 años, que estamos limpios de esa suciedad, pero nos podéis poner como ejemplo de lo que luchamos para que los santurrones se despojaran de tanta mentira e indicarles que la libertad no es esclavitud” , expresa con rotundidad Agustín Quiles. “No es que sea radical, es el cansancio de ver que no se adelanta nada. Estamos cada vez peor”, aclara.

Y así, los tres se quedan conversando, como cada martes cuando se reúnen en la Societat Coral el Micalet, para debatir sobre el presente, para mantener vivo el pasado porque, como escribió Walter Benjamín, “la memoria abre expedientes que el derecho y la historia dan por cancelados”.



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