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Entrevista a Clara Nicholls

 "Comer es un acto ecológico pero también político"


Entrevista publicada en la Ae - nº11



REDAGRES
Clara Nicholls
Ingeniera agrónoma. Doctora en Entomología. Coordinadora General de la Red Iberoamericana de
Agroecología para el Desarrollo de Sistemas Resilientes al Cambio Climático (REDAGRES) y Coordinadora del Programa Doctorado de Agroecología de la Universidad Nacional de Colombia.
Investigadora y catedrática de Agroecología y Desarrollo Rural en la Universidad de Californa
Berkeley en el programa de Estudios Internacionales (Internacional Area Studies) y profesora y coordinadora del programa de Doctorado en Agroecología de la Universidad de Antioquia en Medellín (Colombia). 
Tiene una Maestría en Entomología del Colegio de Posgrados de Chapingo (México) y un Doctorado en Entomología de la Universidad de California en Davis.
Sus investigaciones se centran en el desarrollo de la biodiversidad en los ecosistemas y el control biológico de las poblaciones de plagas. También ha trabajado extensamente en América Latina promoviendo enfoques basados en la agroecología a la sostenibilidad agrícola.
Es profesora en la UC Berkeley donde enseña Perspectivas para el Desarrollo Rural Sostenible en
América Latina. También es docente de la Universidad de Santa Clara, y de varias universidades de Brasil, España e Italia.
Es la coordinadora del programa de doctorado de Agroecología para América Latina en colaboración con la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia) y la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA) y es la coordinadora general de REDAGRES.

CLARA NICHOLLS

¿Cómo y por qué empezó su relación con la agricultura?

Soy de ciudad y mis familiares no se han dedicado a la agricultura pero me gustaba la biología y me decidí a estudiar agronomía en la Universidad Nacional de Colombia. Me gustó mucho el área de entomología. Trabajé en cultivos de flores pero siempre cuestionando la parte ambiental e inicié un programa sobre el control biológico de plagas. Tras unos tres años, me fui a estudiar mi maestría en entomología en México, siempre con el enfoque de la alternativa a los pesticidas, e hice mi tesis en control biológico de plagas en invernadero y fui a hacer mi doctorado también en entomología.

¿Y con la agroecología?

Los entomólogos fueron los primeros en cuestionar la Revolución Verde, los agrotóxicos… y el
grupo con el que yo trabajo en la Universidad de California sabe mucho de eso. El control biológico ha sido uno de los grandes aportes a la agroecología. El área de investigación que hago en la Universidad es control biológico y manejo de plagas, es decir, cómo diseñar sistemas agrícolas que no necesiten ni siquiera distribuidores biológicos, como sí los requiere la agricultura ecológica u orgánica. Esta última es diferente de la agroecología, ya que a pesar de que no usa agroquímicos, sí requiere comprar muchos insumos, en este caso insectos parásitos o biopesticidas, que son costosos.
Trabajo sobre cómo la biodiversidad puede cumplir un rol ecológico, en este caso implementando fauna benéfica.

Sus investigaciones se centran en el control biológico de las poblaciones de plagas y, a través de la biodiversidad, en los ecosistemas. ¿En qué investigación está centrada en estos momentos?

Básicamente en la resiliencia y el cambio climático, siempre desde la visión agroecológica. Coordino
REDAGRES que es una red de científicos, profesores de América Latina, asociados a SOCLA. Además sigo con proyectos: por ejemplo con viñedos en California o con arándanos y manzanos en Chile. Trabajo en el diseño de sistemas agrícolas para hacer la transición de lo orgánico a lo agroecológico.

Como experta en control biológico de plagas, ¿cuáles son las dificultades principales a las que se enfrenta en sus investigaciones?

La más grande es el financiamiento. Es el talón de Aquiles de la agroecología. Nosotros solo beneficiamos al agricultor y a ninguna compañía le interesa que los campesinos dejen de aplicar un insumo.
Otra gran dificultad es que, por ejemplo en Colombia, quienes leen las propuestas para llevar a cabo investigaciones se sienten amenazados porque ven la agroecología como una ciencia que puede tener muchas connotaciones sociales y políticas. En California hay un proyecto de agrocombustibles que recibió 500 millones de dólares, cuando nunca te van a dar a ti un centavo para averiguar
la problemática que pueden tener. Ellos tienen 50 estudiantes de doctorados y nuestro laboratorio de agroecología recibe 100 mil dólares, con lo que solo puedes tener un estudiante y hacer una investigación muy básica.

¿Cómo afronta esas dificultades?

(Se ríe) Con las uñas. 
Un decano de la universidad me comenta siempre “ustedes son demasiado extraños”. Lo
dice porque trabajamos, y es lo que más fuerza nos da, no por dinero sino por la gente más pobre y desvalida. Trabajo muchas veces con los agricultores sin recibir un peso, con mi carro… Para nosotros la agroecología no es una ciencia neutra, tiene que haber un compromiso social y político porque estás criticando un modelo de producción que es avasallador, al que no le importa bajo qué condiciones se eliminan los recursos naturales, quién va a ganar… No hay una necesidad social, solo hacer dinero.
Para nosotros es importante que el agricultor viva de ello pero la producción además de sostenible ha de ser socialmente justa y ambientalmente sana. Hay que hacer crítica pero demostrar que es posible hacerlo. Por eso nosotros apostamos por una ciencia aplicada que trabaja de forma participativa con los agricultores, mostrando fincas concretas que funcionan. La agroecología tiene una prioridad que es solucionar los problemas del hambre y la injusticia social, algo que a muchos investigadores no les gusta y van a dificultarte el trabajo.

¿Cuáles son las principales amenazas en la regulación y control biológico de plagas y enfermedades en los cultivos hoy en día?

La gran amenaza es la producción a gran escala que se hace con los transgénicos, que son los grandes culpables del cambio climático, por el uso excesivo de combustibles fósiles. Por otra parte, los grandes monocultivos son mucho más susceptibles a problemas de plagas y enfermedades. Las dos amenazas están interconectadas.

¿Cómo se pueden combatir estas amenazas?

El problema es que los gobiernos nos dicen que hay que alimentar a una gran población y que hay que hacerlo con el modelo convencional pero lo que la sociedad debe entender es que ese modelo no beneficia a los hambrientos. Ni el modelo orgánico (ecológico) ni el convencional alimentan al mundo. El primero, porque está alimentando a una élite y el segundo, porque se centra en producir combustible para coches. La solución no pasa por la producción sino por la pobreza, por la falta de acceso a la tierra porque hay gente que no tiene plata para comprar comida porque la alimentación
está en manos de especuladores. Las protestas por la falta de alimentos en 2008 y 2011 por la subida de los precios de los alimentos fueron causadas por especuladores.
La sociedad civil tiene que tener una información real Nosotros no llegamos a los medios de comunicación, y encima por otro lado, nos bombardean con que hay que producir más y que la única forma de hacerlo es con la biotecnología y con este modelo gigante de corporaciones
para producir alimentos. Pero no es así, en este momento hay suficiente comida para alimentar a nueve mil millones de personas y además está todo el alimento que se tira. Hay un estudio que dice que en EEUU se tira más de 120 kilos por persona al año. Con eso, se podría alimentar a todo el continente africano al año.
Por otra parte, los currículums universitarios deberían incluir dentro de la formación, la agroecología. Yo fui formada como agrónoma y nunca conocí la agricultura campesina y es la que nos alimenta. No digo que se elimine la agricultura industrial pero sí que se pueda conocer la otra cara, en la formación de los agrónomos. Hay otra forma de hacer investigación más allá de laboratorios con batas blancas y pipetas. Hay investigadores que no tenemos eso y que hacemos cosas validas para la sociedad. Nos hacen sentir como un investigador de tercera categoría porque no estás en biotecnología, en la
bala mágica. Hay que tener mucho cuidado porque puedes haberte subido al tren que va a la estación equivocada.

Acaba de mencionar la “bala mágica”. En un libro reciente, “Agroecología y resiliencia”, comenta que la búsqueda de posibles adaptaciones agrícolas al cambio climático hasta ahora se centró solo en obtener “balas mágicas”. ¿Puede explicarnos esto?

Si ves la Conferencia de Cambio Climático de Copenhague, las grandes compañías dicen “nosotros tenemos las semillas resistentes a las sequías”. Nosotros también tenemos experiencias de agricultores que han rescatado semillas resistentes a la sequía pero no es solo la semilla, es el conocimiento. Además, las semillas que tienen las industrias cuestan dinero porque están patentadas. Las balas mágicas son peligrosas porque solo se mira por un huequito una parte del problema.

¿A qué cree que se debe que el estudio de la agricultura moderna, que ha promovido el monocultivo, apenas haya diseñado prácticas para mejorar la resiliencia a eventos climáticos extremos?

Ellos creían que el clima iba a ser estable, que íbamos a tener acceso a tierra, agua y recursos y que la Revolución Verde iba a solucionar el problema del hambre. Pero eso no fue así. Estamos viendo eventos climáticos que no estaban previstos. La Revolución Verde es el símbolo de la simplificación:
no solamente falló en asegurar la producción de alimentos sino que fue instaurada bajo la suposición de que siempre habría agua y energía barata.

¿Cómo pueden los pequeños agricultores minimizar los efectos del cambio climático?

EE UU y Europa, donde se habla de la mitigación del cambio climático, son los causantes del cambio climático por el modelo económico y productivo a gran escala causante de los gases de efecto invernadero. En cambio, en América Latina o en el tercer mundo hay que hablar de adaptación
al cambio climático porque somos sus receptores. Los más pobres de América Latina son los que más sufren. Hace dos años tuvimos más de dos millones de personas en Colombia refugiadas por el invierno. Pero muchos agricultores han sido capaces de adaptarse. Esas experiencias exitosas son las
que nos interesan conocer a REDAGRES.

Ha hablado de REDAGRES, ¿qué trabajos impulsa para el desarrollo de sistemas resilientes al cambio climático? ¿Cómo se financia?

Lo que nos interesa a nosotros es cómo preparar a los sistemas agrícolas para que sean más resilientes al cambio climático desde el punto de vista no solo de la producción sino que cuando hay cualquier extremo climático también aparecen nuevas plagas, nuevas enfermedades, baja la productividad… 
Nos interesa entender por qué sistemas milenarios han permanecido a pesar de eventos climáticos extremos, cuáles son esos principios para poder diseñar sistemas agrícolas que puedan adaptarse y recuperarse en caso de sequías, huracanes o inundaciones. REDAGRES lo financia el CYTED (Programa Iberoamericano de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo). Ellos no financian investigación, solamente intercambio. Nosotros estamos intentado conseguir dinero con fundaciones muy progresistas que entiendan que la agroecología es un beneficio para toda la sociedad pero que no sacamos lucro de ello.

Están desarrollando el estudio de los sistemas agrícolas de pequeña escala en siete países de América Latina, ¿nos describe un caso concreto?

Me gusta el caso cubano, es el que más se ha estudiado y en el que más podemos aprender de cómo se han adaptado a ciclones y huracanes. Ya se hizo un estudio donde se demuestra que las fincas son afectadas en un 40-60 % por ciento pero que son capaces de recuperarse de forma más rápida donde hay mayor diversidad. La biodiversidad es clave para conferir resiliencia a los sistemas agrarios.

¿Qué relación hay entre la resiliencia a desastres climáticos y el nivel de biodiversidad a nivel de finca?

Hay ciertos principios que nos permiten identificar la resiliencia, los sistemas más diversificados. En el caso de los huracanes en Cuba, hemos visto que las fincas que son de monocultivo son arrasadas, en cambio cuando hay fincas que tienen diversidad no se produce ese arrastre de cultivo. La biodiversidad está actuando como barrera física. En otros casos, si hay plagas específicas por la sequía o la humedad, la biodiversidad puede cumplir una función en que incrementa la fauna benéfica. En laderas, si tienes un monocultivo sembrado en dirección de la pendiente, a diferencia de un sistema diversificado que tiene maíz, frijol, calabaza… (como siembran los pequeños agricultores) en curvas a nivel, el arrastre del suelo es menor.

La agricultura ecológica u orgánica, ¿qué potencial tiene como sumidero de CO2?

Demasiado. Tanto por el manejo como por la gran diversidad.
Pero el sistema no se está diseñando para que sean sumideros de CO2. Nos deberían pagar a los agricultores porque estamos haciendo una agricultura que tiene unas prioridades muy importantes: alimentar al mundo, que sea sana, accesible,justa… y es un sumidero de C02.
Pero estos mercados verdes que están saliendo ahora para hacer agricultura como sumideros de CO2 tienen am los agricultores sembrando eucaliptos. Son contradicciones.
Uno tiene que tener muy clara la película para no dejarse atrapar.

¿Es suficiente con tener resiliencia ecológica en la producción o también se necesita una resiliencia social?

A nosotros nos interesa la resiliencia social en el sentido de cómo se organizan los agricultores, cómo
se apoyan…Un ejemplo es con el huracán Mitch. Si no hubiera sido por la red de campesino a campesino que se dio en esa época, y todavía se mantiene, quizá esa resiliencia social no se hubiera dado. Porque tú puedes ser muy buen agricultor, y tener una resiliencia ecológica muy buena pero puede venir un evento que haga que te quedes incomunicado porque, por ejemplo, se destruya un puente. ¿y qué haces con ese producto si no tienes apoyo?.

Como investigadora latinoamericana, miembro fundadora de SOCLA, ¿cómo ha vivido el desarrollo de la agroecología en América Latina a lo largo de los años?

La agroecología nace en América Latina como una necesidad de ayudar a las comunidades más pobres.
Las ONG cumplieron un rol muy importante en los años 80, especialmente en los países donde hubo fuertes dictaduras, Chile y Brasil, y donde la iglesia empezó a tratar de ayudar a estas comunidades. El caso más interesante es Chile porque cuando llega Pinochet al poder elimina toda la extensión rural para recortar costes y las ONG empiezan a llenar ese vacío. Pero lo más interesante es que las ONG vieron que los agricultores estaban haciendo cosas muy interesantes que nosotros, los agrónomos, no conocíamos. Ahí nace el consorcio de agroecología y desarrollo rural y es cuando se inicia la agroecología como tal. A nivel de ONG y organizaciones campesinas el conocimiento de la agroecología está muy extendido: el Movimiento Sin Tierra (MST), Vía Campesina…

¿Y cómo se pude incrementar ese conocimiento?

El discurso del MST es magnífico pero no es suficiente. El discurso agroecológico está en las masas pero no en la práctica ni en las universidades ni en los centros de investigación. Pero hay mucho más conocimiento de la agroecología en América Latina que en EE UU.

¿Qué diferencias encuentra respecto a la población española?

La agroecología tiene dos facetas en España: una es por el doctorado que lleva años implantado en la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) en Baeza y la otra, por la producción ecológica u orgánica, donde la SEAE ha hecho una gran labor. Pero dentro de la SEAE creo que no siempre diferencian entre agricultura ecológica y agroecología. Por ejemplo, para mí los olivares de Andalucía que son ecológicos, no es agroecología: es una sustitución de insumos, monocultivo de oliva, es trasportación, no cuestiona la parte social de los trabajadores… Para que sea agroecológico tiene que cumplir ciertos principios: en el manejo de la biodiversidad uno de los principios básicos es aumentar el reciclaje de nutrientes.

El consumidor, ¿cómo puede contribuir de forma real y efectiva a mitigar el cambio climático?

Comprando se solidariza con la causa y al mismo tiempo premia al agricultor que está haciendo las cosas bien. También, pueden presionar para que las políticas públicas cambien a favor de aquellos que están haciendo un bien a la sociedad. El consumidor juega un papel predominante, de ahí la necesidad de que esté informado. La sociedad civil tiene que demandar saber la verdad, conocer la relación de biocombustible y hambre. Posiblemente mucha gente está tranquila llenando el depósito con biodiesel sin saber las consecuencias que eso tiene.

Para finalizar, ¿qué mensaje daría a las personas que leen nuestra revista, que son en su mayoría, técnicos de campo y operadores ecológicos?

Es importante que sepamos de dónde vienen nuestros alimentos y las virtudes de la agricultura ecológica. Comer es un acto ecológico pero también político, por eso tenemos la obligación y el hábito de informar: a vecinos, compañeros, estudiantes… Mostrar las virtudes de la agroecología, la necesidad de trabajar conjuntamente, de crear política pública, de fomentar la educación, de hacer más investigaciones… Estamos frente a un monstruo gigante, con mucho dinero, pero la ventaja que tenemos nosotros es que somos más.

Y sacamos las uñas, como comentaba.

(risas) Exacto. 

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