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Entrevista a Jairo Restrepo

"Todos estamos vinculados al alimento. La agricultura orgánica es la aliada de la posibilidad de la vida. Sin agricultura no hay vida"

Entrevista publicada en la Revista Ae


Agricultura Regenerativa
Jairo Restrepo
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Federal de Pelotas, RíoGrande del Sur, Brasil. Postgraduado en Ecología, Recursos Naturales, Ingeniería de Seguridad Ocupacional Agrícola y Agroecología, con trabajos en agricultura orgánica en Europa, Australia, África y América Latina.
Ha realizado más de veinte cursos internacionales de actualización y perfeccionamiento en agricultura orgánica y publicado 40 trabajos científicos y 14 libros de temas relacionados con ella.
Ha dictado más de 500 conferencias sobre agricultura orgánica, protección ambiental, reciclaje y desarrollo rural sostenible y ha participado en más de 37 universidades e institutos de investigación.
Ha impartido más de 400 cursos en 52 países. Es fundador, capacitador y asesor permanente de varias ONG´s, fundaciones, programas y cooperaciones internacionales. Ha trabajado como asesor técnico para gobiernos, ministerios y parlamentos, como consultor de la ONU, con la UNESCO en Panamá, la OIT en Costa Rica, la FAO en Chile y Brasil, la PNUD en Panamá y Brasil y la OMS en Brasil. Es miembro fundador del COAS (Consejo de Agricultura Sostenible y Permacultura).


JAIRO RESTREPO

¿Cómo empezó su relación con la agricultura?

Viene de la relación con la vida. El mero hecho de nacer ya nos vincula con la agricultura porque no somos autónomos. Me di cuenta de esto en 1979 cuando comencé mi carrera de Agronomía en Brasil. Mientras trabajaba, conocí a Sebastian Pinheiro a través de una conferencia que impartió en la Universidad dentro de un curso llamado Ecotoxicología. El curso consistía en mostrar los impactos
de los venenos en el medio ambiente y en la salud. De las 40h del curso, mi profesor solo tuvo 45 minutos pero me bastaron para entender la defensa de la vida ante cualquier riesgo y el uso del veneno es un riesgo total. La vida está por encima de cualquier interés o título académico. El lado profesional lo llevo al enfoque de que mi carrera no debe estar al servicio de intereses. El problema no es si el veneno mata o no, sino lo que hace el veneno después de matar al insecto. Lo que hay que hablar es del metabolismo del veneno en la planta y en la salud de las personas.

Ha estado vinculado con luchas agrarias campesinas para evidenciar la problemática del campo colombiano ¿Qué recuerda de aquellos tiempos?

La lucha está vinculada con el despojo de campesinos. En Colombia, en los últimos diez años, el latifundio ha asesinado a más de 300 mil campesinos y ha desplazado a 3 millones de campesinos del campo a la ciudad. El 93 por ciento de los asesinatos están impunes. Ello conlleva dos problemas: que dejan de producir alimentos y que pasan a ser consumidores. Colombia en estos momentos está importando más del 60 por ciento de lo que se come. Un país que no es capaz de producir sus alimentos con las manos de sus campesinos, es entonces un país arrodillado y doblegado. En este escenario las multinacionales tienen el campo abierto para ingresar con sus industrias; las industrias simplifican la economía basándolo en unos pocos cultivos y el resto se importa; como consecuencia
la población está totalmente desnutrida y sin accesibilidad fácil a los alimentos. En otras palabras, la matan.

Y a nivel más concreto, ¿cómo participó en esas luchas?

Yo me vinculé directamente con organizaciones campesinas, y me volqué con una agricultura que tuviera que ver con la autosuficiencia y la autodeterminación para producir alimentos sin tener que tener los subsidios procedentes de un estado corrupto y genocida. Busqué mecanismos de resistencia para las comunidades campesinas.
Uno de esos mecanismos fue la diversificación de la propiedad, el trabajo en mingas, en asociaciones.
Llamamos mingas a un trabajo colectivo, a hacer alianzas. También estaba en Brasil vinculado con el Movimiento Sin Tierra, que es un movimiento de más de 14 millones defamilias. Ahora tengo la solidaridad con el mismo desde la distancia y desde cualquier trinchera.

En este número de la Revista hablamos de agricultura regenerativa. ¿Qué es para usted la agricultura regenerativa?

No me gusta entrar en las definiciones, eso les gusta a los académicos. Lo más importante es el conocimiento. A la gente le gustan las definiciones sin contenido – que es lo que le gusta a Naciones Unidas –. El Banco Mundial habla de agricultura regenerativa, de agricultura sostenible... No hay que hacer ese juego. La vida está por encima. Sólo hay una agricultura, aquella donde la sociedad sea capaz de elegir en democracia. Hablar de agricultura regenerativa puede ser incluso una contradicción, ¿qué regenera? ¿el capital de la industria y del latifundio? No existe la agricultura regenerativa, existe la agricultura, que es el arte de trabajar la tierra con la cultura de los pueblos. Todas las agriculturas son inventos humanos y todas provocan impacto. Lo que hay que ver es, cómo provocar el menor impacto. La agricultura no tiene espacio en la naturaleza, se hace a través de tecnología y la tecnología es descartable. El entendimiento de la biología y de las reglas de la ecología es lo que va a hacer una agricultura con menor impacto. Lo que intentamos hacer con la agricultura orgánica es tener una agricultura más próxima a la dinámica de los bosques, de la naturaleza...De esta forma la alteración es menor.
Para mí lo regenerativo es regenerar los valores humanos, el pensamiento humano... La agricultura regenerativa, si tuviera que definirla sería salir del aspecto técnico, regenerar el ser humano; en el mismo sentido la agricultura orgánica es un instrumento de transformación de la sociedad. Pero no debemos ni podemos discutir en tecnologías, doctorados... Hay que luchar por la transformación de la realidad social. Podemos tener las universidades llenas de titulados pero nada cambiará, hemos
de transformar la sociedad.

¿Y la permacultura?

Es el arte de estar permanente en algo, es respeto a la permanencia de las culturas. Permanecer lo más próximo a la naturaleza. No es nada tecnológico. Ahora es una moda y la gente ve la experiencia como algo de fin de semana. Eso no es permacultura porque ésta también necesita compromiso social y construcción de una sociedad diferente.

Entonces, ¿cuál es su propuesta?

Mi propuesta no es la sustitución de insumos sino responder a las necesidades locales y cada vez independizarse más de los insumos. Hay que entender por qué se hacen las cosas. Más que definiciones, se necesita un compromiso interno de cada ciudadano. La agricultura es el arte de cultivar la tierra, es humanidad, salud, fraternidad..

¿Cuáles son sus líneas de actuación para la conservación del suelo y del agua?

No creo en un ciclo del agua aislado, sino en espirales que llevan a la conexión del todo. Los ciclos son cartesianos y yo necesito trabajar con la armonía. El suelo y el agua me van indicando las cosas. Yo estoy trabajando en un terreno que llevaba 60 años de ganadería y 30 años de herbicidas y en siete meses yo he dado la vuelta totalmente al destino de este suelo. Tengo árboles de más de dos metros, ya cosecho hortalizas y donde no había agua, ya la tengo. Mi enfoque es de transformación sistémica. En el momento que favoreces un elemento en el ecosistema, va surgiendo el efecto negativo de eso. No podemos trabajar la agricultura de una manera aislada. La base fundamental es el suelo y el agua. Nadie cuestiona la contaminación y el desastre de los insumos antes de ser insumos. El 25 por ciento de la contaminación del agua dulce del planeta es debida a la elaboración de insumos en la agricultura.

¿Por qué pone tanto énfasis en utilizar polvos de rocas en la agricultura? ¿Cuál es el razonamiento agronómico o científico que respalda ese uso?

Polvo eres y polvo vuelves a ser. La harina de rocas es una forma ideal de remineralizar los suelos y recuperar su armonía mineral, es la recuperación del desastre de la desmineralización de los suelos y por ende de los alimentos y de las personas. Las personas están desmineralizadas y una consecuencia es la baja capacidad intelectual. El mejor mineral para el agricultor es aquel que él tiene debajo de sus pies y no necesita comprarlo fuera -hay casos en que existen canteras o trituradoras que lo venden a muy bajo costo y lo regalan-. Entonces, lo de ser de fuera es relativo, no hay costos en muchos casos y en otros, las harinas de roca de fuera son más ricas como basaltos, granitos, etc. Entonces, se aprovechan, no hay dependencia. Se utiliza muy poco cada dos o tres años y a baja dosis. Aquí, en América Latina son muy baratos los polvos de roca y en algunos lugares de cenizas volcánicas, la naturaleza los da gratuitamente. La harina de rocas recupera la calidad del orden magnético que los venenos destruyeron del suelo y que nunca los agrónomos consideraron.

¿Cuál es la mejor forma de difundir todas estas enseñanzas?

La mejor forma de difundir el conocimiento es con el ejemplo: trabajo, trabajo y trabajo al lado del “aprendizado” de los sabios del campo, los campesinos, indígenas, negros, blancos, amarillos y todos los que resisten de una u otra forma en el campo.

Trabajan con otros movimientos agroecológicos campesinos, como el movimiento Campesino a
Campesino, ¿no?

Sí, han demostrado su trabajo frente a un estado inoperante y a veces corrupto. En las universidades no es posible pensar diferente porque tienen intereses en lugar de compromisos. Los agrónomos en América Latina lo máximo que leen al año son 60 páginas de una revista. Confunden catálogos de la industria con libros. Es necesario un nuevo pensamiento, una nueva universidad que se construya desde afuera con los de afuera. La universidad es una caverna donde está prohibido pensar porque pensar espanta. Uno debe ingresar a la universidadUno debe ingresar a la universidad no para cambiar de clase y si para luchar por mejorar su clase social, con dignidad y valores.


¿Y quién estaría al frente de esa universidad?

Esa nueva universidad ya la estamos fundando. Tenemos colectivos de estudiantes con los que hacemos un trabajo de discusión. Hacemos intercambio con estudiantes, prácticas externas al lado de los indígenas y campesinos... Es una universidad sin validación institucional -hay que recuperar los escritos de Iván Illich, un gran pensador de la desescolarización-. Lo que nos interesa es la opinión
de los campesinos. En la actualidad hay una masa de 2.500 millones de personas que vive en el medio rural y no pasa por el supermercado. Nosotros estamos con esa masa. La cual todavía no se deja “joder” por la caja de los supermercados para pagar lo que compran.

Usted ha sido muy crítico con la validación institucional para la agricultura orgánica en Centroamérica.

Sí, porque muchas certificadoras son una mafia. Las multinacionales hacen cursos de certificadores. Por ejemplo, hasta el momento la industria cañera en Colombia que pertenece al latifundio ya tiene certificado de caña orgánica y han expulsado a campesinos y degradado áreas. El mejor certificador es el consumidor ojo a ojo junto con el productor. Se llama sello de confianza.

Pero no todo el mundo puede cultivar o ir a verificar junto con el productor, ¿no considera necesario algún tipo de certificación?

Para mí la certificación participativa debe ir más allá, es necesario un sello de confianza. Quien come mejor piensa mejor. Mi prioridad no es exportar para que otro coma sino producir para que el círculo vecino vaya comiendo. Primero los locales, segundo los locales y tercero los locales. Si sobra algo ya veremos cómo venderlo con trasparencia, sin intermediarios y certificadores corruptos.
Todo el mundo no puede cultivar por eso hay que atender las necesidades internas de cada lugar y luego ya iremosexpandiéndonos. El consumidor de ciudad puede acudir a los mercados locales a comprar. Se ha de fiar del vendedor. No es fácil el sueño pero si no sueño no camino. El día que no sueñe será porque estoy muerto y estarás invitada al velorio. En este sentido hay que recuperar los valores ciudadanos del consumidor, los cuales están transformados en objetos de mercado.

En alguna ocasión ha mostrado su preocupación de que la agricultura ecológica u orgánica se convierta en “moda” de las trasnacionales ¿Nos lo puede comentar?

El consumidor está alienado. Le han robado el valor civil. El consumidor no es ciudadano, es un objeto de mercado. Es como decir que hay hambre en el mundo, no hay verdadera hambre. El día que tenga dinero y en el supermercado no encuentre comida, ¡ahí sí que habrá hambre! Lo que hay es falta de distribución de renta para comprar alimentos. La mayor parte de la gente que se muere de hambre no es por falta de alimentos sino por falta de accesibilidad a los alimentos. La matan porque le niegan lo que hay guardado por la especulación, los alimentos.

¿Cómo ve el futuro de la agricultura ecológica en América Latina?

Veo el futuro en una agricultura social por la que estamos luchando a pesar de las amenazas y asesinatos. El futuro de una agricultura oficializada ya es real, que es la venta de insumos. No estoy a favor de una agricultura donde para entrar al supermercado se tenga que llevar tanto dinero. Una agricultura donde quien quiere comprar orgánico y comer sano tiene que ir al cajero automático, es fascista. No quiero una agricultura orgánica que promueva que come mejor quien paga mejor.

Entonces, ¿es pesimista?

No, soy realista. Sería pesimista si no hiciera nada. Veo la realidad y la enfrento. Tengo dos grandes “fusiles” para luchar: el saber como un escudo y el conocimiento como una espada. Mi radicalidad está en la experiencia en el campo. Por eso soy tosco en hablar porque el atentado contra la vida no tiene negociación. Estoy en una América Latina que cada vez la sangran más.

Y en Europa, en España, ¿También ve el futuro igual de negro?

Claro. Lo que pasa es que los españoles “matan el tigre y se asustan con el cuero”. El capital los alineó de tal manera que no saben el origen de la crisis. España está sumergida en una deshumanización total, hay que recobrar los valores humanos para darse cuenta de la crisis en la que estamos. Lo que se necesita es acción y reflexión con sentido humanitario.

Pero España es el líder europeo en producción ecológica y cada vez se consumen más alimentos ecológicos ¿Eso no es un indicador positivo?

Es positivo siempre que sea accesible a todo el mundo. Si el “jodido” está comiendo orgánico y barato, bienvenida la agricultura orgánica en España. Si solo la come una élite, es fascista.

¿Tiene algún mensaje para los lectores de nuestra revista?

Que salgan del mundo de las cavernas porque la agricultura orgánica no es una definición ni un curso. Y a los académicos de la revista les diría que la agricultura no es ciencia, es mucho más. Es un instrumento de transformación social. La agricultura es un camino de muchos pasos. El primer paso para caminar por una agricultura orgánica justa y social no está afuera sino en el interior de cada ser. La agricultura orgánica es una agricultura de valores, de humanidad, ningún ser humano puede
dejar de comer. Todos estamos vinculados al alimento. La agricultura orgánica es la aliada de la posibilidad de la vida. Sin agricultura no hay vida. 

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